Hojas de otoño | Capítulo 28. Chocolate.
—¿Qué opinas? —Preguntó Pascu a su pareja una vez que terminó de colocar en el refrigerador la hoja de reglas de la casa que entre los dos habían armado—, ¿debemos agregar algo más?
—Después de los problemas de concubinato que hemos tenido, estoy seguro de que nos faltan más reglas pero no se me viene ninguna a la mente —respondió para observar detenidamente cada una de las normas que habían puesto—. Pásame el plumón —le pidió a Pascu para escribir una nueva regla que se le ocurrió.
—¿“Hacer la despensa juntos”?
—Es una buena regla.
—Justifícala, Septién.
—Somos dos personas viviendo en esta casa y aparte están nuestras mascotas, lo que significa que los insumos que se requieren en esta casa equivalen al doble de lo que se consumía cuando vivía solo con mi gato; teniendo esto en cuenta, ha sido muy difícil para cada uno cargar con toda la despensa que requerimos, pero si ahora vamos juntos, la carga se vuelve menos pesada.
—No puedo refutarte eso.
—Me alegra que se así, porque en estos momentos esa norma surtirá efecto.
—¿Iremos de compras?
—Sí, anoche estuve revisando y nos hacen falta varias cosas, además, Melo y Pepper no tienen comida —Pascu lo miró sorprendido—. ¿Qué?
—¿Los alimentaste de más?
—No.
—Rodri, la comida de ellos debía durar hasta final de mes.
—Tal vez calculaste mal lo que les compraste la última vez.
—O tal vez alguien cayó en la mirada extorsionadora de ambos para que les dieran comida de más.
—Un poltergeist lo hizo —respondió mirando hacia otro lado.
—¿Y ese ente paranormal de casualidad se llama Rodrigo?
—Depende, ¿para qué quieres saber?
—Para darle un beso tan profundo al grado de que pueda sentir los restos del espagueti que comí.
—Eres un asqueroso —reclamó dándole un golpe al actor en el brazo mientras este se carcajeaba—, ya te gustó romper los momentos románticos, ¿cierto?
—Solo un poco —dijo para besar su frente—. Venga, vamos a comprar.
Rodri fue en busca de la lista de insumos que había escrito la noche anterior para ir con Pascu al supermercado, cayendo los dos en cuenta de que era la primera vez que surtían la despensa juntos, como si fuesen una pareja de casados.
Al llegar al establecimiento, Pascu tomó un carrito para colocar ahí la mercancía que comprarían, comparando precios entre cada producto para ver si podían aprovechar alguna oferta o ahorrar algunos centavos que pudieran utilizar en algo más. Llegó un punto en donde ambos se separaron para cada uno ir en busca de ciertos insumos que estaban de esquina a esquina, acordando encontrarse de nuevo en la sección de mascotas para ver juntos el alimento de Melo y Pepper que Rodri había gastado al caer en la extorsión canina de sus hijos.
—Creo que ya tenemos todo —mencionó Rodri al revisar su lista con lo que tenían en el carrito.
—Entonces vayamos a pagar y volvamos a casa.
Caminando entre los pasillos para dirigirse a las cajas de cobro, Rodri terminó por detenerse en la sección de dulcería, llamando la atención de Pascu al verlo con los ojos brillándole como a un niño.
—Mira —señaló un anaquel dónde se encontraban los chocolates de temporada que a Rodri le encantaban—, creí que no saldrían a la venta hasta dentro de unas semanas, pero ahora los podré comer antes de lo pensado.
—Amor, ¿ya viste el precio?
—Los odio —exclamó al ver que le habían elevado el valor casi por el doble—, se aprovechan de que uno suele comprar varios paquetes.
—Lamento decirte que esta vez solo podrás llevarte uno.
—No precisamente, traje un poco de dinero extra.
—Rodri, tu fuiste el primero en decir que no hagamos gastos innecesarios cuando venimos aquí.
—Lo sé, pero esos chocolates son algo de vida o muerte.
—¿Estás escuchando lo que dices? —Preguntó el actor entre risas—, venga, solo toma uno o dos cuando mucho.
—No puedo, debo llevarme diez como mínimo.
—¿Por qué te llevarías tantos?
—Hubo una época en la que compraste cien chocolates, así que no estás en posición de reclamar nada.
—Esa compra fue accidental.
—No me importa, debo llevarme esos chocolates.
Rodri se giró hacia el anaquel y tomó todos los chocolates que le cabían en los brazos, a lo que Pascu tuvo que intervenir para evitar que el compositor metiera los chocolates al carrito. En ese pasillo los dos comenzaron un pequeño forcejeo mientras discutían en voz baja sobre el ataque repentino de Rodri hacia las golosinas que de baratas no tenían nada.
—Rodrigo Septién, deja esos chocolates en el anaquel o le diré a tu madre que gastaste todo tu dinero en unos dulces que bajarán su precio en unos meses.
—¿Qué ganarías haciendo eso?
—Que mi suegra te regañe.
—Eso es caer muy bajo, Álvaro.
—Es lo que me vas a obligar a hacer. Deja esos dulces ahí.
—No, son míos.
—No lo son.
—Lo serán cuando los pague.
—No puedes gastar tu dinero así.
—Claro que sí —dijo para dar un paso hacia atrás y tomar impulso para salir corriendo, siendo detenido por su pareja que por impulso se movió al decifrar lo que iba a hacer—. Quítate.
—Oblígame.
—Disculpen, ¿necesitan ayuda? —Preguntó una empleada del supermercado, sacando de su burbuja a los dos actores—. ¿Pretende llevarse todos esos chocolates?
—Esa es la idea —respondió el compositor.
—Me alegra haber llegado a tiempo —les mostró el letrero que tenía en sus manos—. La producción de estos dulces fue poca a comparación de otros años, eso es lo que originó que el precio aumentara y, debido a la falta de producto, se nos dio indicaciones de permitir solamente la compra de tres chocolates por persona.
—¿Solo tres? —Preguntó Rodri, creyendo haber escuchado mal.
—Me temo que sí, de hecho venía aquí para colocar el aviso, estos dulces suelen tener mucha demanda, como podrá comprender.
—Solo tres —dijo en voz baja.
—Ya escuchaste, Septién, deja esos chocolates en el anaquel —mencionó Pascu con aires de victoria, ganándose una mirada de desprecio por parte del compositor.
Con todo el dolor de su corazón, Rodri devolvió todos los dulces a excepción de tres paquetes que estaba dispuesto a comprar, dirigiéndose a la caja de cobro en silencio mientras Pascu lo acompañaba con el carrito, tratando de controlar, lo más que podía, su risa por lo ocurrido; terminando de pagar, los dos tomaron las bolsas con su compra y salieron del supermercado para regresar a su casa.
—Es tu culpa —dijo el compositor a secas.
—Yo no di la orden de restricción.
—Si no me hubieses detenido, tendría todos esos chocolates conmigo.
—En caja lo hubieran evitado.
—Tal vez no.
—¿De verdad te vas a molestar conmigo porque no te saliste con la tuya?
—Sí, no me hables hasta mañana.
Se adelantó a caminar dejando a Pascu riéndose en silencio por la actitud tan infantil que había puesto. Usualmente era Rodri el que regañaba al actor por sus acciones tan imprudentes, pero cuando se daba la situación en la que los papeles se invertían, Pascu no hacía más que reírse ya que le resultaba difícil de creer la actitud que el contrario podía tomar.
Empezó a caminar y se dio cuenta de que Rodri se había detenido, manteniendo una mano extendida hacia él pero sin voltearlo a ver, así que Pascu se acercó a él para sujetar su mano como le había pedido en silencio.
—Te amo.
—Cállate —respondió con las mejillas ruborizadas, haciendo sonreír al actor.

