Hojas de otoño | Capítulo 24. Cafetería.

—¿Qué tal tu nueva vida matrimonial? —Preguntó Clara a su hermano antes de beber un poco de su café.

—No estamos casados.

—Cada vez están más cerca de hacerlo.

—No me veo casado a lado de alguien...

—¿Tan imprudente como Pascu?

—¿Soy muy predecible con lo que voy a decir?

—Es que te la pasas diciendo las mismas frases y ya todos conocemos tus típicas excusas que ni tú te las crees.

—Debo cambiar eso —sonrió—, pero igual el matrimonio es algo muy serio.

—Pero aspiras a un relación como la de Ramsés y Miguel.

—He ahí el dilema —respondió llevar su taza de café a la boca.

—Si te soy sincera, al menos puedo decir que el concubinato te sienta muy bien.

—¿Por qué lo dices?

—Te ves más relajado, feliz y enamorado. Te hizo muy bien que Pascu se mudara contigo —Rodri permaneció en silencio al escucharla—. Dios, ¿acaso te arrepentiste de haber hecho que se mudara?

—Por supuesto que no, ¿acaso doy esa impresión? —Preguntó asustado.

—No, claro que no, es solo que te quedaste callado y pensé lo peor.

—Bueno, aún estoy en proceso de adaptación. Una cosa es dormir juntos algunas veces y otra muy distinta hacerlo diario, es complicado vivir juntos —dijo en un tono de voz que orilló a Clara a soltar una carcajada—. ¿Qué es tan gracioso?

—Tú —paró su risa y le sonrió—, tienes un gran corazón pero en otras circunstancias y con otra persona, ya hubieses vetado a tu roommate; en cambio con Pascu es diferente, estás siendo demasiado tolerante porque quieres que siga contigo —recargó el brazo sobre la mesa para poder sostener su rostro con una mano—. En verdad lo amas, ¿cierto?

Rodri sonrió teniendo un leve rubor en las mejillas.

—Más que a mi vida.

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—Ustedes deberían tener una membresía de clientes frecuentes —comentó la camarera de la cafetería antes de colocar sobre la mesa el pedido que los dos artistas habían hecho—. Me voy a sorprender mucho cuando dejen de venir aquí.

—Dudo que eso pase, nos volvimos fans de los pasteles de aquí —respondió Pascu mientras salivaba al ver el pastelillo que pidió sobre la mesa.

—En ese caso, buen provecho —les sonrió para alejarse de la mesa.

—Si ella no dice eso, no me habría dado cuenta del tiempo que llevamos viniendo aquí.

—El mismo tiempo que nuestra relación —respondió el actor—, bueno, un poquito más. La primera vez que venimos fue el día del pastelillo compartido.

Rodri se atragantó con su bebida por haber escuchado las palabras del contrario.

—Creí que lo habías olvidado.

—No creo que pueda hacerlo, en ese momento apenas me estaba enamorando de ti.

—Yo igual estaba aceptando que me gustabas, pero ese pastelillo fue un infierno.

—¿Y no te gustaría recrear ese momento dos años después? —Preguntó Pascu alzando una ceja.

—No, por una sencilla razón —tomó su cuchara de la mesa—: ese día el pastelillo fue un beso indirecto de ambos —partió un poco del pastel que Pascu ordenó y lo cogió con el cubierto—, no quiero recrear la escena porque ahora puedes besarme directamente sin problema —acercó la cuchara con el pastel a la boca del contrario—. Prefiero mil veces sentir tus labios a comer algo que ellos hayan tocado.

Pascu se sorprendió tanto por lo que su pareja le dijo que le costó abrir la boca para aceptar el bocado de pastel que le estaba dando.

—Mi piña se ha vuelto un Romeo.

—¿Tu piña? —Preguntó confundido— En tu vida me haz llamado así.

—De hecho no te he llamado por un apodo lindo en estos dos años, solo te he dicho “mi Rodri” y “mi amor”, pero hasta ahí.

—Ahora que lo mencionas —frunció el entrecejo—, yo tampoco te puse un apodo, igual te llamé por “mi amor” y “mi Pascu” —miró al actor a los ojos—, ¿eso es normal?

—¿A qué te refieres?

—Bueno, la mayoría de las parejas, si no es que todas, se colocan apodos cursis al poco tiempo de empezar a salir y nosotros dos llevamos dos años sin haberlo hecho. No es algo a lo que le haya prestado atención y tampoco sé si es correcto haberlo pasado por alto.

—No es obligación ponerse apodos, supongo que los dos lo pasamos por alto porque nos bastaba con la forma en la que nos hablábamos —miró al contrario con curiosidad—. ¿Acaso quieres que tengamos apodos?

—No, para nada —fijó la vista en el cupcake que había pedido, tratando de disimular su sonrojo.

—¿Después de dos años aún crees que no puedo decifrar tus expresiones?

—No te tomes tan enserio el juramento de amor —respondió a lo que Pascu sujetó una de sus manos, muriéndose de ternura por la expresión que en ese momento había puesto—. Realmente no tenía en cuenta esto —suspiró—, pero ahora que lo pienso, suena lindo.

—Entonces tengamos nuestros apodos, pero pensemos bien en las propuestas porque tienen que ser especiales.

—Algo me dice que no solo yo quería esos apodos —dijo para sonreírle a su pareja—. “Mi pizza” y “mi piña” son originales, pero no me dan pinta de apodos de relación, así que dejémoslos como los dijes de nuestras pulseras.

—Me parece bien —bebió un poco de su té—. ¿Qué te parece “mi Loki” y “mi Thor”?

—Olvídalo —dijo secamente mientras los recuerdos de aquella convención, dónde fueron vestidos de ellos, invadían su mente—. Más fácil, ¿cara de qué me ves?

—De una nutria —respondió, trayendo consigo un pequeño silencio entre ambos.

—Esto no está funcionando.

—Mi pianista —mencionó en voz baja.

—¿Qué cosa?

—Eso es lo que eres, un artista que nació para tocar el piano como si fuera un ángel. Me encanta escucharte tocar así que, para mí, eres mi pianista.

—Pascu —sus ojos le brillaron tanto que hicieron sonrojar al actor—. Si en esas andamos —entrelazó su mano con la de su pareja—, te he dicho infinidad de veces que soy tu fan número uno, amo verte actuar y estar en primera fila para ver una obra dónde tú estés es algo que me fascina hacer. Para mí, tú eres mi talentoso actor.

Pascu soltó una risa nerviosa para bajar la mirada, tratando de ocultar el color tan rojizo que su rostro había adquirido. En un principio solamente era él quien se dedicaba a sonrojar a Rodri, pero ahora el compositor había aprendido de él y encontró la manera de ruborizarlo, convirtiéndose en uno de sus pasatiempos favoritos también ya que se enamoraba más del actor al verlo así.

—Rodri, quiero besarte, ahora mismo.

—Aquí no, lo sabes.

—Lo siento, pero tengo qué hacerlo.

Pascu se acercó al contrario, tomando el menú de la cafetería que tenían en la mesa para levantarlo de manera que lo cubriera a él y a Rodri, escondiendo el beso que le dio a su pareja. El compositor ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, estaba sorprendido y asustado por lo que Pascu había hecho ya que era la primera vez que lo besaba en un lugar público.

—Vete a la mierda, Álvaro —dijo completamente ruborizado para cubrir su rostro con ambas manos.

—Yo también te amo, mi amor.

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