Hojas de otoño | Capítulo 02. Hormigueo.
Con los cinco sentidos perdidos en la melodía que escuchaba a través de los audífonos blancos que usaba, Rodri sintió una inmensa paz y felicidad que fue transmitida por las letras de aquella canción que en ese momento debía juzgar. No solo era la composición de la pieza musical con los diferentes sonidos de los instrumentos utilizados que formaban juntos una armonía preciosa que era exquisita de escuchar, no solo era la voz tan afinada y armonizada con el sonido que cantaba interpretando la hermosa letra que quedaba perfecta con la ocasión; Rodri sabía perfectamente que ese detalle tan especial que hacía de aquella canción una obra maestra, era el motivo por la que fue hecha.
—Amor —suspiró para retirarse los auriculares de los oídos—, eso es lo que transmite en toda la extensión de la palabra. Hasta me dan ganas de estar enamorado.
—Te estás tardando en hacerlo —respondió Ramsés, recargando la espalda sobre el respaldo de su silla para cruzar los brazos—. ¿Qué opinas?
—Miguel Ángel es muy afortunado de tener a un esposo tan detallista como tú que es capaz de escribirle esa canción.
—Él vale toda mi cursilería.
—No sigas, Vollbrecht o harás que vomité azúcar.
—El día que nuevamente estés enamorado, me podrás entender.
—Si es que ese día llega —mencionó extendiéndole el reproductor dónde había escuchado la canción.
—No me hagas mandarte a terapia otra vez —se inclinó hacia delante—, ya pasaron muchos años, ¿hasta cuándo lo volverás a intentar?
—Lo hice. Salí con otras personas pero simplemente no se dio nada serio.
—Porque tú te negaste a que eso pasara. Sé que ella fue tu más grande amor pero...
—Podemos no hablar de Oli, por favor.
—A eso me refiero. No te haz podido dar la oportunidad de iniciar una relación porque la sombra de lo que alguna vez tuviste con ella te sigue persiguiendo a pesar de que digas que lo superaste hace tiempo. Sé que con Oli tuviste tantos planes y estabas muy ilusionado con su futuro, sé que la ruptura te dolió demasiado y lo entiendo pero, cuántos años ya pasaron como para que sigas con la idea de que esa fue la última relación de tu vida.
—¿Y qué quieres que haga? —Se levantó de su asiento para comenzar a caminar por el estudio—. En todo este tiempo he conocido a muchas personas, he salido con ellas y aún así ninguna me ha hecho sentir ese hormigueo o algo similar a lo que sentí con Oli.
—Tal vez no se trate de una chica —tras sus palabras, Rodri se volteó hacia él dejando ver su expresión de total confusión—. Miguel y yo estuvimos en negación un tiempo antes de darnos cuenta y aceptar completamente que estábamos enamorados el uno al otro, tal vez lo mismo está pasando contigo.
—Ramsés, he conocido y visto chicos que puedo decirte que son atractivos, pero no creo que mi camino esté por ahí.
—¿Estás seguro? —Alzó una de sus cejas—, quizá tu orientación no está del todo definida
—Si fuera bisexual, lo sabría.
—No, no lo sabrías —dijo con una sonrisa—, tan solo piénsalo detenidamente un momento: ¿no hay algún chico que te haya hecho sentir un hormigueo aunque sea pequeño?
Dando un resoplido, Rodri se acercó a los monitores de sonido que habían en el estudio de grabación y se recargó sobre una orilla de la base de madera para cruzarse de brazos y así pensar en lo que Ramsés le había dicho. Llevó una de sus manos a su barbilla mientras los recuerdos de cada hombre y mujer que había conocido, hasta donde su memoria podía llegar, iban pasando uno a uno, siendo descartados mentalmente por el compositor debido a que ninguno le trajo una sensación “especial”.
—Esto no va a funcionar.
—Ya empezaste a analizar, Septién, así que continúa. No me iré de aquí hasta que salga un posible candidato o candidata.
—Miguel se va a preocupar por ti.
—Miguel será el primero en venir corriendo para presionarte a encontrar a alguien.
—Ustedes dos son tal para cual —dijo para volverse a acomodar sobre la base de madera. «Alguien que me haya hecho sentir un hormigueo... alguien que me haya sentir un hormigueo... ¿de verdad hay alguien que lo haya hecho?»
Poco a poco los minutos iban pasando y Rodri empezaba a sentirse frustrado con el análisis que estaba haciendo. Todas las chicas con las que había salido le parecieron lindas e interesantes, pero no las veía más allá de unas conocidas y tampoco se visualizaba a su lado ni por obligación; en cuanto a los chicos que llegó a conocer, como bien le dijo a Ramsés, era capaz de decir que eran atractivos pero tampoco se podía ver a lado de ellos teniendo una relación. Ni siquiera las personas a las que solo vio una vez en su vida lograban pasar ese filtro, no podía aplicar el famoso “amor a primera vista” porque con nadie había sentido ese click que lo podía hacer suspirar.
«Un hormigueo... un hormigueo... un... ámbar...»
—Creo que alcancé la iluminación.
Una punzada en el corazón fue lo que Rodri sintió cuando recordó aquellas palabras que Pascu le había dicho hace un par de semanas. Los recuerdos de aquel momento en dónde se quedó perdido en los ojos de su amigo, volvieron a él con una mayor intensidad, logrando que se pusiera nervioso y nuevamente confundido.
«Pascu...»
Sus manos se aferraron con fuerza a la base de madera mientras él se daba cuenta de que esa sensación extraña a la que no le había podido dar una explicación, solamente la había sentido con el actor.
«Esa vez también fue así», pensó recordando lo que había pasado dos días atrás.
Las señales se habían comenzado a manifestar.
—No estoy seguro de querer escuchar la explicación sobre esto —mencionó Rodri, observando los paquetes de chocolate que habían regados sobre su mesa.
—Te juro que fue accidental.
—Álvaro, hay como cien paquetes de chocolate aquí, ¿cómo puede tratarse de un accidente?
—Escucha, tenía antojo de esta marca —explicó sujetando uno de los chocolates— pero no lo encontraba en ninguna tienda, así que entré a internet para conseguirlo y estoy seguro de haber escrito “diez” en la cantidad, pero al parecer puse un cero de más.
—Te sale un aviso de confirmación antes de pedir cualquier cosa, ¿tampoco lo notaste ahí? Bueno, por lo menos te hubieses dado cuenta en el precio que ibas a pagar.
—Compré otras cosas en el mismo pedido.
—Me sorprende que aún no estés en la ruina —tomó un chocolate para revisar la etiqueta—, ahora explícame por qué están todos regados, llegaste a la casa con la caja cerrada.
—Mira, mientras estabas en el baño decidí abrirla, pero en mi mente eran solo diez chocolates que curiosamente pesaban, pero eran solo diez así que quité la cinta y volteé la caja, pero salieron cien paquetes que se regaron en toda la mesa —alzó la vista hacia Rodri—, no me mires con esa expresión de desaprobación.
—Es que a veces siento que estoy tratando con un niño —suspiró—, venga, vamos a recoger todo este desastre y a pensar qué vas a hacer con tanto dulce porque ni loco te los vas a comer todos.
—Te pensaba dar la mitad.
—¿Crees que me voy a comer cincuenta paquetes de chocolate?
—En tus momentos de estrés, lo gastarías en quince minutos —comentó con sonrisa—. Espera, Rodri, tengo una idea. Vamos a jugar.
—¿Qué cosa?
—Veamos quién puede organizar la mayor cantidad de chocolate antes que el otro. Será un duelo a muerte con paquetes de chocolate.
—Es tan ridículo que me encanta —observó el regadero de la mesa—, el perdedor limpia la casa del otro.
—Hecho.
Ambos se prepararon y, tras contar hasta tres, comenzaron a agarrar los paquetes de chocolate para irlos acomodando en pilas, cada uno por su lado. Ese pequeño juego casi se convertía en masacre pues se iban arrebatando los paquetes para tenerlos de su lado y así estuvieron hasta que solo quedó un paquete sobre la mesa a la espera de ser tomado.
Con una mirada retadora y los sentidos en alerta, ambos estaban concentrados en consegir primero ese paquete que, de alguna manera, marcaría la diferencia entre un lado y otro. Dispuesto a ganar, Rodri se abalanzó sobre el chocolate pero los reflejos de Pascu fueron más rápidos y terminó tomando el paquete antes que el contrario.
—¡Dame ese chocolate! —Exclamó para comenzar una persecución en su casa tratando de atrapar a Pascu.
—Quítamelo si puedes, pequeñín —dijo burlescamente al detener su carrera, alzando el chocolate lo más alto que su brazo le permitía.
—Qué sucio, Álvaro.
Rodri comenzó a brincar tratando de quitarle el paquete a Pascu. Pese a que solo era unos centímetros más alto que él, le daba trabajo llegar al paquete por más que se estirase.
—Ríndete, Septién, el paquete es mío.
—En tus sueños.
Tomando impulso brincó por última vez golpeando accidentalmente a Pascu, logrando que este pierda el equilibrio por lo que bajó un poco el brazo, situación que Rodri aprovechó para tomar el paquete de chocolate pero, con el impacto, Pascu soltó el dulce y Rodri terminó tomando la mano del contrario, entrelazando sus dedos con él.
—¡Lo tengo!
—No, está en el piso —mencionó Pascu mientras se sujetaba de la pared con su mano libre para no caerse.
Rodri bajó la mirada para ver qué efectivamente el dulce se había caído y, casi de inmediato, fijó su vista en su mano entrelazada con la de Pascu. En otras circunstancias solo lo habría soltado y todo seguiría normal, pero en esta ocasión fue diferente, el simple hecho de ver su mano junto a la de él y sentir el contacto de sus palmas le hizo sentir algo extraño en su interior y, por alguna razón, su mano no podía moverse, como si no quisiese ser separada.
—Te doy el chocolate, pero estoy seguro que igual yo gané el juego.
—¿Qué?
Pascu se reincorporó y con su mano libre tomó el chocolate del piso.
—Fue una buena pelea, Septién —dijo para tomar la mano libre de Rodri y colocar el chocolate sobre ella, dejando su mano encima y rozando sus dedos con el dorsal del compositor—. Es tuyo.
—Sí... —respondió casi en un susurro.
El corazón de Rodri comenzó a latir con rapidez, por un momento sintió que le faltaba el aire y un ligero calor empezaba a manifestarse en sus mejillas. Esa sensación extraña que no podía explicar, estaba presente nuevamente y en ese momento sus manos querían seguir aferradas a las de Pascu; no fue hasta que el actor se separó de él para decirle que fueran a contar las pilas que cada uno había armado, que Rodri volvió a la realidad.
Esa sensación extraña ya la podía identificar.
—¿Rodri? —Llamó Ramsés al ver la expresión asustada del contrario—. Hey, ¿qué pasa?
—U-un hormigueo... —respondió con cierta dificultad—, lo que sentí, fue un hormigueo.

