Hojas de otoño | Capítulo 12. Votos.

Con una mano cubriendo la parte baja de su rostro, Rodri se encontraba escondido detrás de un árbol tratando de asimilar lo que había ocurrido y que parecía ser solo un sueño. Tras separarse del beso que Pascu y él se habían dado, un golpe de realidad le vino encima, orillándolo a correr para esconderse pidiéndole al actor que le diera un momento a solas.

—Le gusto... —susurró para tocar sus labios con los dedos.

No solo sus sentimientos fueron correspondidos por el contrario, igual pudo tener la dicha de besarlo por primera vez y, con tan solo recordar la suavidad de los labios de Pascu y la inmensa paz que le transmitió con aquél beso, sus mejillas le comenzaron a arder.

—Se hace tarde, ¿te piensas quedar ahí? —Preguntó Pascu desde las bancas, teniendo a sus perros, con las correas puestas, a lado de él.

—No sé si pueda salir.

—¿A qué te refieres?

—No soy capaz de verte a la cara. Vete a tu departamento, yo me iré a casa apenas desaparezcan los tres de aquí.

—Estás loco si crees que voy a hacer eso —sujetando con fuerza las cadenas de sus mascotas, se acercó al árbol con ellos y lo rodeó para encarar al compositor—. No es necesario que me mires a los ojos, pero tampoco voy a dejarte aquí solo.

—Igual no quiero que estés tan cerca —dijo manteniendo la mirada hacia abajo.

—¿Tanto daño te hice?

—No hiciste nada malo, tan solo soy un idiota que no sabe cómo reaccionar, a diferencia tuya que estás tan tranquilo y normal.

—¿Qué te hace pensar que lo estoy? —Preguntó a lo que Rodri alzó su vista hacia él para encontrarlo completamente ruborizado—. Está situación igual me tiene mal —dejó salir una risa nerviosa.

—Ya veo —esquivó la mirada pues al ver al contrario de esa manera le hizo sentir una punzada en el corazón.

—Acompáñame a mi departamento solo para que los deje a ellos —señaló a sus mascotas—, de ahí yo te acompaño de regreso a tu casa.

—No es necesario que lo hagas.

—Quisiera hacerlo.

Rodri asintió y Pascu se dio la media vuelta para empezar a caminar junto a sus perros.

—Álvaro —llamó Rodri para luego apretar los labios—, n-nada, no es nada.

🍁

Cuál niña emocionada, Clara dio brincos de alegría antes de abrazar a su hermano mientras Ramsés miraba hacia arriba agradeciéndole a todos los dioses por lo que había ocurrido.

—Entonces, ¿Pascu ya es mi cuñado? —Preguntó con un brillo en los ojos.

—Un paso a la vez, Clara —comentó Ramsés—, da gracias que al menos los dos pudieron decirse lo que sienten.

—Lo sé, pero tampoco me gustaría que pase una eternidad antes de que puedan estar juntos.

—Ni siquiera hablamos de eso —mencionó Rodri para tomar un poco de agua del vaso que tenía en sus manos—. Álvaro mencionó que quería pasar el resto de sus días a mi lado pero —se sonrojó tras mencionar esas palabras—, no somos novios ni nada.

—¿Y tú quieres que lo sean? —Preguntaron al mismo tiempo.

—No lo sé, aún tengo miedo —fijó su vista en el vaso que sostenía—, y tampoco pensé que él en verdad me pudiera corresponder.

Mientras Rodri hablaba con sus dos confidentes, Pascu hacía lo propio con Miguel quien, al igual que su esposo y Clara, tuvo la misma reacción de felicidad ante la noticia.

—Y estabas dudando en averiguar si los sentimientos de Rodri eran genuinos.

—Igual lo negó, justo como te dije.

—Pero al final lo aceptó —Miguel se cruzó de brazos, acomodándose en el respaldo de su asiento—, y ahora ¿qué es lo que harás?

—No lo sé, no creí que en verdad pudiese ser correspondido.

—Entonces deberían hablarlo, ya saben los sentimientos que tienen, ahora platiquen sobre qué es lo que quieren hacer.

🍁

Diciembre, mes de la mercadotecnia, o al menos uno de ellos y, aunque se trate de evitar, siempre se termina siendo víctima de él.

—¿Tus focos fueron comidos por tu gato? —Preguntó Pascu, incrédulo ante lo que Rodri le había dicho.

—Estoy seguro de haberlos guardado bien, pero el gordo los encontró.

—¿Por qué tú gato se comería los foquitos?

—El año pasado, cuando los puse en el árbol de navidad, él intentó hacerlo pero estuve todo el mes evitando una tragedia. Supongo que esta fue su venganza.

—Y dices que comprarás otros focos, ¿cierto? ¿No crees que te hará lo mismo?

Rodri fijó la vista en su gato que se encontraba lamiendo sus patitas.

—No dejaré que lo haga. Cómo sea, ¿me acompañas a comprar?

—Te acompaño hasta la luna, si quieres.

—No digas... —se sonrojó— v-vamos.

Seis días habían pasado desde aquella confesión. Ambos hablaron al día siguiente y acordaron seguir con su relación de amistad como siempre en lo que se sentían listos para hablar bien del tema y decidir qué es lo que iban a hacer; sin embargo, Pascu comenzó a darle indirectas de forma inconsciente y, si bien Rodri no se quejó, le costaba mucho mantener la conversación con él cuando lo hacía.

En ese momento ambos se dirigían a un pequeño tianguis que se había instalado en la plaza cívica de la ciudad y a dónde cada año les gustaba ir por la mercancía navideña que solían vender. Una vez llegaron, quedaron fascinados por la cantidad de foquitos que encontraron, al grado de que a Rodri se le dificultó elegir la serie de luces que quería llevar y Pascu, aunque no necesitaba foquitos nuevos, igual se puso a escoger uno para él; lo que en un principio fue una compra específica, se terminó convirtiendo en un surtido de adornos completamente innecesario para ambos.

—Adiós a mi dinero —mencionó Pascu al ver la cantidad de adornos que había comprado.

—Vámonos antes de que gastemos lo último que nos queda.

Mientras caminaban en dirección a la salida, se encontraron con un pequeño local que vendía accesorios de acero y que a Pascu le llamó la atención.

—Mira esto —le dijo a Rodri, señalando una caja con anillos compartidos.

—Son muy bonitos.

—¿Usarías uno conmigo? —Preguntó alzando una ceja.

—Lo siento, pero los anillos no son lo mío —sonrió para observar todo lo que había en ese local—. ¿Qué tal esto? —señaló un par de pulseras que igual eran compartidas—. ¿Te gustan?

—Son lindas —respondió con una sonrisa.

Rodri tomó las dos pulseras y le pidió a la ventera que le cobrara para después continuar su camino a la salida del tianguis junto a Pascu. Una vez fuera, se dirigieron a una de las bancas públicas que estaba cerca de ellos para tomar asiento y ver con más detenimiento las pulseras que Rodri compró.

—En verdad me gustan —mencionó el compositor—, aunque es una lástima que no sean un perro y un conejo.

—Pero no está tan alejado de la realidad, yo tengo a mis perros y tú tienes a tu gato asesino de focos —comentó mostrándole el dije de gato de una de las pulseras.

—Se supone que son compartidas, así que tú deberías quedarte con esa y yo con el de perrito, de esa manera tendremos presente al otro.

—En ese caso, déjame ponértelo —Pascu tomó la mano izquierda de Rodri—. Yo, Álvaro Pascual, te acepto a ti, Rodrigo Septién, como el amor de mi vida y el dueño de mi corazón —mencionó mientras le colocaba la pulsera, con el dije de perrito, en la muñeca.

—No sabía que diríamos votos —dijo sonrojado para tomar la mano derecha del contrario—. Yo, Rodrigo Septién —comenzó a ponerle la pulsera con el dije de gato—, te acepto a ti, Álvaro Pascual, como la persona que inesperadamente se robó mi corazón y me enamoró —miró al actor a los ojos para encontrarlo ruborizado.

—¿Quieres ser...? —Dijeron al mismo tiempo para dejar salir una risa nerviosa antes de fijar sus vistas en las pulseras que se habían colocado.

—Esto hubiese sido simbólico con unos anillos de promesa —comentó Pascu—, pero unas pulseras de promesa son más originales y lindas.

—Más aún con los dijes que tienen —sacudió su muñeca izquierda.

—¿Y ahora qué?, ¿damos por hecho que con los votos...?

—Olvídalo —interrumpió Rodri—, al menos yo... sí quisiera escuchar la pregunta.

Pascu lo miró sorprendido para después sonreír.

—Igual a mí me gustaría escucharlo —respondió mirando a los ojos del contrario.

—¿Te gustaría... ser... mi novio? —Preguntaron al mismo tiempo, sintiéndose como dos adolescentes en segundo año.

—Pascu...

—Rodri...

—Sí quiero —dijeron al unísono siendo guiados por lo que sus corazones les decían.

Dedicándose una sonrisa, los dos se abrazaron para luego verse a los ojos y entrelazar las manos dónde llevaban puestas las pulseras de promesa que dieron inicio a su nueva relación.

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