Renunciar.

—Deberías dejar el escuadrón.

Más de una vez había escuchado esas palabras y su respuesta siempre era la misma.

—Sólo fue un mal día. Todo está bien.
   

¿Realmente así era?


Desde que fue asignado al cuarto escuadrón, Moblit Berner olvidó lo que era tener días tranquilos, pues cada vez que abría los ojos a un nueva mañana, tenía que seguir una rutina estricta enfocada en una sola tarea: proteger a quién habían nombrado su superior.

La líder de escuadrón Hange Zoë era una mujer muy hiperactiva que se dejaba llevar por la curiosidad y el deseo de querer saber más sobre las cosas, en especial cuando se trataba de aquellas criaturas conocidas comos titanes que día tras día acechaban a la humanidad esperando poder atacar.

Hange compartía la misma misión que todos sus camaradas de la Legión de Reconocimiento: acabar con esas bestias; sin embargo ella también quería aprender sobre esos seres para poder comprenderlos y encontrar una forma de devolverle la libertad a la humanidad, razón por la que se le nombró la líder del escuadrón de investigación que se encargaría de dar respuesta a todo lo desconocido sobre los titanes.

El problema fue que Hange se dejaba llevar por esa pasión de querer estudiarlos que no le importó poner su vida en riesgo en más de una ocasión, siendo su fiel asistente Moblit quien siempre permanecía tras ella cuidándola como si de una niña pequeña se tratara. Es cierto que gracias a Moblit Hange pudo evitar la muerte en todas las ocasiones que se dejó llevar por el entusiasmo, pero también es cierto que por tanta preocupación Moblit comenzó a verse afectado física y mentalmente pues, de manera literal, la vida de Hange dependía de él.

«Quizá sí debería renunciar», pensó una noche mientras bebía vino en un bar del distrito. El alcohol se había convertido en método de escape, pues bastaba con unas copas para que todo el estrés que tenía se esfumara, pero era un hecho que su resistencia a la bebida no era del todo buena debido a que cada vez que bebía terminaba perdiendo la consciencia.

A veces bebía con el capitán Mike y con Gelger, pero había ocasiones en las que prefería estar solo para evitar escuchar de ellos las mismas palabras de siempre y que, hasta ese punto, por fin le estaba prestando atención.
   

¿Sería una buena idea?



Si renunciaba al escuadrón, sus preocupaciones se esfumarían, ya no tendría qué cuidar de su líder y sus horas de sueño se podrían reponer. Si renunciaba, la tranquilidad volvería a su vida mientras se quita un peso muy grande de encima; y también, si renunciaba, ya no vería a sus compañeros de escuadra que consideraba como su familia.

Sí, se quejaba de estar bajo tanta presión, pero por alguna razón la idea de renunciar no le parecía una buena opción.
   

¿Qué le hacía dudar?


—¡Moblit! —Llamó Nifa, haciendo salir al joven de sus pensamientos—, ¿ya soplarás las velas?

Moblit parpadeó varias veces para darse cuenta de lo que pasaba. Aquellos compañeros de escuadra le habían comprado un pastel así como varias botellas de vino para celebrar su cumpleaños en el cuartel, todo con autorización de Hange quien estaba más que encantada de poder celebrar ese día especial junto a él y los demás.

«Renunciar...»

Tal vez era el alcohol que había ingerido desde hace un rato o quizá solo era su mente jugando con él, no lo sabía con certeza pero algo era cierto en ese momento: la razón por la que no podía renunciar era esa, su familia. Aquellos chicos con los que pasaba su día a día y que al igual que él estaban en la legión llenos de preocupación, pero que aún así encontraban la forma de distraerse un poco y pasarla bien entre todos; ellos eran parte de su motivación para seguir adelante y abandonarlos no era algo que se atrevería a hacer.

—Piensa bien tu deseo —le dijo su superior con una sonrisa sincera mientras le extendía un pequeño ramo de tres rosas blancas que ella misma había recogido en el exterior.

Esa mujer que lo estaba volviendo loco con sus acciones tan imprudentes también formaba parte de su círculo de personas preciadas. Admiraba a Hange y le gustaba estar con ella en el mismo escuadrón llevando a cabo diversos experimentos que complementaban sus investigaciones, pero detestaba por completo tener que ser como su niñero para al final del día desahogarse con una copa de vino.

«Podré resistir al alcohol», pensó al darse cuenta que en verdad amaba estar ese escuadrón aunque la mayor parte del tiempo quería salir corriendo de ahí. Amaba estar con sus amigos y amaba estar junto a su líder para aprender más sobre el exterior. Cerró los ojos y procedió a apagar las velas mientras un deseo sincero salía de su corazón: «Quiero estar el resto de mis días en el cuarto escuadrón».

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