Atardecer.
El ambiente en el zoológico era completamente distinto, al menos para todas las aves que ahí habitaban.
Tras el ataque del Kijū que apareció repentinamente causando destrozos en el área, el lugar permaneció cerrado para poder reconstruir los edificios que se había destruido, incluyendo el santuario de las aves que fue el más afectado de todos.
Kokesuke había decidido permanecer un poco más de tiempo con ellos para asegurarse de que los daños del santuario fuera reparados y todas las aves se encontraran a salvo. Debía hacerlo, se lo debía a aquél tucán que le salvó la vida en esa noche de lluvia y que luchó valientemente para salvar a su familia.
—Amigo viajero, ¿juegas con nosotros? —Preguntó una de las aves tropicales al gallo.
—¿El juego consiste en lanzarme al agua? Porque no pienso mostrarles de nuevo la natación "quiquiriquí".
—No volveremos a lanzarte —respondió una pequeña ave—, el abuelo Zena nos regañó por hacerlo.
La expresión de aquellas 3 aves jóvenes cambió a una de tristeza pues el recuerdo del abuelo Zena seguía presente en ellos y no era para menos, pues aquella pérdida fue muy reciente y ninguna de las aves había podido superarlo.
—Vayan a jugar —comentó Kokesuke—. Vigilaré un poco el lugar.
La noticia de la muerte del abuelo Zena impactó incluso a las personas que solían visitar el zoológico, pues aquél tucán se había convertido en un gran ícono del santuario de las aves y su ausencia era demasiado notoria para todos.
«Abuelo Zena, le haces mucha falta a tu familia», pensó Kokesuke mientras observaba el lugar desde arriba de la gran roca donde el abuelo solía disfrutar de la vista de aquél santuario. Sacó la pluma de color negro que había guardado y cerró los ojos por un momento. «Tan solo espera, cumpliré mi promesa».
Guardó nuevamente la pluma del tucán entre sus propias plumas de color blanco y en el acto de percató de que en aquella gran roca donde estaba había una pequeña piedra que tenía debajo de sí algo de color blanco; por un momento Kokesuke creyó que se trataba de alguna pluma de ave o de alguna basura que terminó ahí pero, al hacer a un lado aquella piedra, su sorpresa fue demasiado grande.
«¡¿Una carta?!» Exclamó sujetando aquella hoja de papel con sus patas. «Posiblemente algún humano dejó caer su folleto del zoológico cerca y alguien aprovechó para cortar un poco del mismo y usarlo para escribir y más impresionante aún es que no se haya volado con todo el desastre que ocasionó el demonio. Me pregunto quién habrá escrito esto», pensó para voltear aquél trozo de papel doblado y ver el remitente. «¿Abuelo Zena?»
Kokesuke desdobló aquella hoja y, tras leer las dos primeras líneas, decidió convocar a todas las aves del santuario para leerlas la carta en voz alta.
Mi familia:
Espero que alguno de ustedes logre encontrar lo que con tanto cariño les estoy escribiendo y espero que, en el momento en que así sea, yo por fin haya podido descansar en paz.
Me estoy haciendo cada vez más viejo y aunque quiera evitarlo sé que no tardará en llegar el día en que no pueda volver a abrir los ojos para verlos. Antes de que eso suceda espero al menos poder despedirme de ustedes.
No me agrada la idea de pensar en la muerte, pero tampoco puedo pasarlo de largo y mucho menos con la edad que ya tengo, es por eso que he decidido escribirles, en este papel que he encontrado, mis últimas palabras como su abuelo.
Cuando llegué a este lugar, jamás creí que encontraría a unas aves tan hermosas como ustedes y muchos que pudieran convertirse en mi tan preciada familia. Ustedes fueron el motivo que me impulsó a seguir adelante durante todos estos años, es cierto que los humanos me hicieron encontrar un motivo para ser feliz aquí, pero ustedes me hicieron encontrarle un sentido a mi vida: velar por mi familia.
No hubo día en el que no me despertara con una sonrisa, pues los tenía a ustedes conmigo y siempre trataba de protegerlos de todo peligro que pudiera existir. Recuerdo cuando les daba lecciones para que aprendieran nuevas cosas del mundo, cuando les curaba sus heridas y cuidaba cuando enfermaban, incluso cuando los regañaba por las veces que se portaban mal en el santuario; me gustaba hacer todo eso por ustedes y siempre les estaré agradecidos por permitirme ser su abuelo.
Si hay un deseo que me gustaría cumplir, es el de llevarlos conmigo a Brasil para que vean la hermosa vista del atardecer, pero sé que es algo difícil de lograr, así que haré lo posible para que vean la vista más hermosa mientras yo esté con vida y, tras mi muerte, me aseguraré de guiarlos para que puedan apreciar un atardecer desde el zoológico y cuando vean cómo se oculta el sol puedan sentir cómo los envuelvo en un abrazo desde el cielo.
Los amo mucho, mi familia. De verdad espero que se porten muy bien en mi ausencia y que sus sonrisas hermosas nunca desaparezcan, aunque no esté con ustedes, siempre los estaré cuidando desde arriba. Recuerden que no es un adiós definitivo pues llegará el día en que nos reencontremos en la otra vida.
Atte. El abuelo Zena.
Al terminar de leer la carta, solo se podían escuchar los sollozos de todas las aves que ahí se encontraban. Kokesuke miró hacia los cristales del techo, había un pequeño espacio que aún no habían reparado de él y el tamaño era perfecto para que cada ave pudiera salir.
—¡Síganme! —Exclamó el gallo para emprender el vuelo junto a todas las aves del santuario. El zoológico ya había cerrado, nadie los estaba vigilando así que pudieron salir por aquella abertura del techo—. Esto es lo que el abuelo les dejó.
Las pupilas de todas las aves se dilataron con la hermosa vista que estaban presenciando, por primera vez pudieron observar el atardecer en el zoológico y no tenían palabras para explicar lo precioso que era. Estaban tan sumidos en aquél paisaje que la nostalgia los invadió por completo mientras una ligera brisa los envolvía a todos.
—¡Abuelo Zena!
—¡Te queremos!
—¡Abuelo, te extraño!
Todas las aves comenzaron a llorar y a llamar a su abuelo. Las palabras que les dejó en aquella carta les habían llegado y con aquella vista no pudieron evitar el llanto. Gritaron pidiendo que volviera, suplicaron perdón por todas sus faltas y no se cansaron de exclamar lo mucho que lo querían; habían pasado ya varios días desde su partida y no fue hasta ese momento que todas las aves pudieron despedirse de él cómo en verdad debían hacerlo mientras observaban cómo el sol se escondía.
—Gracias, amigo viajero. ~
Kokesuke volteó a ver por todos lados buscando al responsable de haber dicho esas palabras pero fue en vano, no había nadie a su lado y aquella voz que escuchó solo le pertenecía a esa ave.
«Ya veo», suspiró. «De nada, abuelo Zena. Cuídanos desde arriba».

