El último show | Capítulo 23. Cartas.
—Gracias por acompañarme hasta aquí, aunque no tenías que hacerlo.
—Lo sé, pero quería asegurarme de que llegaras bien —respondió Rodri para observar la puerta de entrada al departamento de Oli—. Hace mucho que no venía por aquí, ni siquiera sabía que seguía siendo tuyo.
—Pensé en venderlo pero preferí decirle a una amiga que cuidara de él en mi ausencia ya que tenía la esperanza de que algún día volvería a Madrid aunque fuera solo de paso.
—¿Cuánto tiempo te quedarás?
—Un par de semanas —contestó al tiempo que el viento frío de aquella noche comenzaba a soplar—. ¿Quieres entrar? Te puedo preparar un café si gustas.
—Gracias pero mejor me voy antes de que se haga más tarde. Ahora entra antes de que cojas un resfriado.
—Rodri... —se acercó al mencionado y depósito un pequeño beso en una de sus mejillas—. Nos vemos —dijo en voz baja para dirigirse hacia su departamento y entrar.
Rodri esperó a que Oli cerrara la puerta tras de sí para alejarse e ir en busca de un taxi que lo llevara hacia su casa. Aunque no lo pareciera, cientos de pensamientos estaban invadiendo la mente del compositor en ese momento y ni siquiera él mismo sabía cómo sentirse al respecto.
«Oli... ¿por qué tuviste que volver?»
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23. Cartas.
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—Despierta, bella durmiente —dijo Ramsés al tiempo que corría las cortinas que cubrían la ventana de la habitación para así dejar entrar la luz del sol.
—Lo haré hasta que venga mi príncipe helado a besarme —respondió Alex, cubriéndose la cara con una de las almohadas de su cama.
—¿Príncipe helado? ¿Acaso nos perdimos de algo?
—Tengo resaca así que no me hagas mucho caso —respondió rápidamente para excusarse—. ¿Qué hora es?
—Las ocho treinta.
—Aún es temprano, ¿y cómo demonios puedes estar en pie?
—A diferencia tuya, Ramsés no bebió de más —respondió Miguel Ángel entrando a la habitación de la joven—. Tú fuiste quien terminó adueñándose del regalo que le dio Pascu.
—Tampoco iba a desperdiciar la oportunidad de tener bebidas gratis —se quitó la almohada de la cara para poder sentarse sobre la cama—. Ya no estoy para esta clase de fiestas.
—Ya era de que te dieras cuenta de tu vejez —mencionó Ramsés, obteniendo un almohadazo por parte de Alex—. Cambiate y sales a desayunar, no olvides que en dos horas tienes ensayo.
—Miguel, ¿por qué tu esposo me está dando órdenes en mi propia casa? —Preguntó haciendo que el mencionado soltara una pequeña risa—. Denme diez minutos para recuperar el alma y la dignidad.
—El alma, tal vez, la dignidad, lo dudo —respondió Miguel con una sonrisa—, te esperamos en la mesa.
—Y trata de recordar todo que tenemos una plática pendiente.
—Sobre Oli, ¿verdad? Descuida, la plática no será tan larga después de todo —dijo estirando los brazos hacia arriba y dejando salir un pequeño bostezo.
—Tardaste hablando con ella.
—Lo sé pero todo se resume en que no podemos hacer nada. En este punto, los únicos que pueden intervenir son ellos tres.

—Muero de hambre, ¿comemos algo?
—Son la una treinta —dijo Helena observando su reloj de mano—, ¿debo considerar esto como tu desayuno o tu almuerzo?
—Desayuno —respondió Pascu mientras abría la puerta de su departamento para que ambos pudieran entrar—. Fue una pésima idea haber ido a ensayar con solo un pan en el estómago.
—Te dije que te podía hacer un sándwich pero saliste corriendo, luego dices que no te cuido.
—Sabes bien que no lo haces.
—Esta vez lo intenté, tú fuiste quien no se dejó. Date un baño en lo que preparo algo.
—No me des órdenes como si fueras mi mamá.
—Técnicamente soy tu niñera así que puedo ordenarte sin problema. En el contrato de renovación voy a aumentar mis honorarios y no puedes negarte a ello.
—Mi carrera se iría abajo si te despido como mi representante, te estás aprovechando de eso, ¿verdad?
—Dependes de mí y me alegra saber que estés consciente de ello —respondió con una sonrisa—. No tardes.
Después de haberse duchado y haber comido el desayuno (o mas bien almuerzo) que Helena le preparó, Pascu permaneció en su habitación, recostado sobre su cama y manteniendo las dos manos detrás de su cabeza mientras mantenía la mirada fija en el techo de color blanco que tenía arriba suyo.
Los recuerdos de la noche anterior no dejaban de atormentarlo, pese a que había bebido no consiguió olvidar la sonrisa que Rodri había puesto mientras platicaba en una mesa a parte con Oli y, aunque el compositor había admitido que sus sentimientos le correspondían a él, no podía evitar sentirse incómodo con la llegada de Oli, el antiguo amor de su ex.
—¿Qué clase de broma es esta? —Preguntó al aire, cubriendo sus ojos con una de sus manos y dejando escapar una pequeña risa nerviosa—. No hay forma de que Oli haya venido para seducirlo y tampoco es como si Rodri le prestara atención otra vez.
El recuerdo de Rodri saliendo del bar con Oli para acompañarla a su departamento apareció de inmediato en su mente, como si de una respuesta automática se tratara.
—Ya fue suficiente —dijo para sentarse en la cama.
Estaba celoso, preocupado, irritado, tenía tantos sentimientos haciéndole un caos en ese momento que aquella confianza hacia los sentimientos de Rodri que intentaba mantener, poco a poco comenzó a suplantarse por la duda.
Negó con la cabeza y cerró los ojos, contó hasta diez mientras respiraba profundamente y, al abrir los ojos de nuevo, se puso de pie y procedió a distraerse limpiando su habitación, evitando en todo momento pensar nuevamente en la noche anterior y en su rival de amor.
«¿Hace cuánto que no limpiaba por aquí?», se preguntó a sí mismo al abrir los cajones de un pequeño archivero que tenía en su habitación que no había revisado, ni siquiera cuando volvió a su departamento meses atrás.
Tomo los papeles del primer cajón y se sentó en la cama para revisarlos, grande fue su sorpresa al ver que se trataban de viejos bocetos que había hecho para Destripando la historia en su momento. El segundo cajón contenía algunos guiones teatrales de las obras en las que él llegó a participar antes de irse de Madrid; el tercer cajón tenía documentación oficial del actor, tanto en copias como en original.
—Me parece que hay un ligero olor a "guardado" en tu habitación —dijo Helena permaneciendo de pie en la entrada de la habitación.
—¿Olor a guardado?
—Sé que entiendes lo que quise decir —respondió para entrar y fijar su vista en los papeles que Pascu tenía sobre su cama—. ¿Limpieza exhaustiva?
—Algo así, son del archivero.
—Hasta que decidiste limpiarlo. ¿Revisaste todos los cajones?
—Me falta uno pero luego lo hago, ¿se te ofrece algo?
—Lo de siempre, vine a ejercer presión para que me des una respuesta.
—Entonces ayudame con mi limpieza.
—¿Qué tiene que ver con...?
—Ayúdame a encontrar mi amuleto —interrumpió.
—Entiendo —respondió la mujer con cierta sorpresa—. ¿Estás seguro de que está aquí?
—De eso no hay duda, es solo que no recuerdo en dónde lo guardé.
—Ese es un serio problema. —Se acercó a la cama para tomar los bocetos de Pascu—. Ahora sí no tienes excusa, tendrás que decirme cuál es tu amuleto.
—De ser por mí jamás te lo diría, pero tendré que hacerlo para encontrarlo.
—El famoso amuleto que usas para tener buena suerte en tus entrevistas, audiciones y funciones y que por cinco años no quisiste decirme de qué se trataba —abrió el primer cajón del archivero para guardar los bocetos—. ¿Es una pulsera? ¿Un dije? ¿Un par de calcetines?
—Es una cajita.
—¿Tu amuleto es una caja? —Preguntó cerrando el cajón.
—En realidad es un estuche, dentro de él está el amuleto.
—¿Puedes ser más específico? —Se cruzó de brazos.
—Es un anillo —respondió con una pequeña sonrisa de medio lado—, el anillo de compromiso que Rodri me devolvió.

—¿Lo sabías? —Preguntó Alex a lo que Javier asintió—. ¿Por qué no nos dijiste? No, ¿por qué no nos dijeron cuando por fin descubrimos lo que había pasado?
—Helena quería guardar silencio sobre esto y si ella no hablaba yo tampoco tenía porqué hacerlo, sin embargo —fijó su vista en la mujer que tenía a su lado derecho—, ocurrió lo que te advertí que pasaría.
En la noche de ese mismo día, justo después de que terminara la presentación de "El cielo en tu mirada", Helena le pidió a Javier, Alex, Ramsés y Miguel Ángel que se quedaran un momento para hablar con ellos, sin embargo, Alex sugirió ir a un pequeño establecimiento de comida que había descubierto con Mario hace algunos días, a lo que todos estuvieron de acuerdo para poder hablar con más calma.
Al llegar, y una vez que habían ordenado lo que iban a cenar, Helena procedió a contarle a Alex, Ramsés y Miguel la historia de cómo ella le entregó el anillo de compromiso a Rodri meses atrás.
—Soy una tonta, debí arrebatarle el anillo en ese momento.
—¿Y si se lo pides de vuelta?
—No va a entregarlo —respondió a la pregunta de la más joven—, vi cómo Rodri sostenía esa cajita y se aferraba a ella y, sus ojos, no puedo olvidar el brillo que tuvieron cuando vio que el anillo estaba adentro. Aunque se lo pida, Rodri no lo va a devolver.
—¿Y qué vas a hacer? —Preguntó Ramsés—. ¿Seguirle la corriente a Pascu y fingir buscar un anillo que no va a aparecer?
—El remordimiento no me dejará hacerlo. Ese anillo es su amuleto y en verdad lo ha ayudado todo este tiempo.
—Tú eres la última que creería en los amuletos —mencionó Javier con cierta sorpresa en su voz.
—Sé que todo lo que Álvaro ha logrado se debe a su incomparable talento —suspiró—, pero ese anillo lo motivaba, aunque no sabía la forma que tenía su amuleto. Álvaro se aferraba a él y lo hacía para dar lo mejor de sí en cada audición y como representante es mi deber asegurarme de que él siga creciendo, si necesito recuperar ese anillo para que eso suceda, entonces lo haré.
—Pero, tú misma has dicho que Rodri no lo va a devolver —mencionó Alex haciendo que todos en aquella mesa permanecieran en silencio por unos minutos.
—¿En dónde guardó Rodri el anillo? —Preguntó Miguel Ángel, quien había permanecido todo este tiempo en silencio, a Ramsés.
—¿Por qué crees que yo lo sé?
—De todos los que estamos presentes, tú eres el único que, en este punto, lo conoce mucho mejor. Debes tener una idea de dónde podría tener guardado algo tan preciado como el anillo.
—Un momento —interrumpió Alex—, ¿acaso planeas robarlo? —Preguntó sin poder ocultar su sorpresa en su rostro y en su voz—. Rodri enloquecerá si lo hacen.
—¿Se te ocurre algo mejor? —Cuestionó Miguel sin obtener respuesta alguna por parte de la actriz—. No es la mejor solución, pero tampoco tenemos opciones para elegir —dijo para mirar a su esposo quien asintió dando a entender que sabía del posible lugar en donde Rodri pudo haber guardado el anillo.
—No podemos hacerlo.
—Helena...
—Sé que no tenemos alternativas pero... no puedo quitarle a Rodri el anillo que nunca quiso entregar —respondió, sintiendo que se le formaba un nudo en la garganta tras decir esas palabras.
—Entonces, ¿qué piensas hacer?

—¿Oli?
—Hola, Rodri, ¿puedo pasar? —Preguntó esbozando una pequeña sonrisa, a lo que Rodri se colocó a un lado de la puerta para dejarla entrar a su hogar.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó cerrando la puerta tras de sí.
—Mi intención era venir ayer pero supuse que casi no habías dormido por la fiesta de Ramsés y luego tener que ir al teatro y preparar todo para la función, debió ser muy cansado, así que decidí esperar hasta hoy para venir a saludar.
—Eso es muy considerado de tu parte.
—Supongo que sí —sonrió de medio lado—. ¿Ya comiste? Hay un local aquí cerca, podemos ir si tú quieres.
—En realidad, pedí algo de comida —respondió señalando hacia el comedor.
—Es mucha comida para ti solo, ¿esperabas a alguien?
—Yo... —fijó su vista en su mano donde sostenía su teléfono cuya pantalla mostraba el número de Pascu listo para marcar— no, tan solo... ordené de más —mencionó para bloquear su celular y guardarlo en el bolsillo de su pantalón.
A pesar de ser una visita inesperada, Rodri decidió actuar con cortesía invitando a Oli a comer aquella orden de comida que había comprando con la intención de invitar a Pascu a almorzar.
Aunque en un principio se sintió algo incómodo de estar a solas con ella, poco a poco se fue relajando entre la plática que iba surgiendo. Había olvidado lo fácil que se le hacía hablar con Oli de cualquier tema por muy absurdo que sea, justo como le ocurre con Pascu, aunque con este último podía entenderse con tan solo mirar hacia sus ojos.
Era tan extraño lo que estaba pasando. No le desagradaba haberse vuelto a encontrar con Oli, pues la nostalgia que sentía con su presencia le gustaba mientras que una parte de él también le decía que se alejara y no entendía el motivo de ello. Aunque tuviera una mirada serena, un caos se estaba formando dentro de la mente y el corazón de Rodri, comenzando a dudar sobre sus acciones.
—¿Interrumpí algo con mi visita? —Preguntó la mujer una vez que los dos terminaron de lavar los platos donde habían comido.
—Estaba guardando unos archivos en el pequeño rincón de DLH que tengo aquí.
—Hace mucho que no escuchaba esas iniciales, que hasta se me hace extraño oírlas.
—No lo dudo, hace mucho tiempo que el proyecto acabó.
—¿Necesitas que te ayude?
—Descuida, puedo terminar yo solo.
—No, de verdad. Déjame devolverte el favor de haberme acompañado a mi departamento.
—No es necesario que lo hagas.
—Pero quiero hacerlo —exclamó tratando de tomar la mano de Rodri pero su intento fue en vano pues este se había cruzado de brazos en ese instante—. Solo dime y te ayudaré.
—De acuerdo, tú ganas —dijo soltando suspiro para luego dedicarle una pequeña sonrisa.
Rodri guió a Oli hacia la habitación de DLH y le mostró las dos filas de papeles que se debían guardar. Solo bastó una explicación para que la mujer entendiera en qué archiveros y en qué cajones debía guardar los archivos que Rodri le había encomendado mientras él guardaba los demás, solo fue cuestión de un corto tiempo para que los dos terminaran con esa pequeña labor.
—¿Qué hay ahí? —Preguntó con curiosidad al ver la caja que Rodri había puesto sobre el escritorio.
—Un recordatorio —respondió para tomar la pequeña bolsa que había colocado a lado de la gran caja.
—Esto es demasiado misterioso, ¿acaso pretendes ocultar una evidencia?
—Puede ser, así que vete antes de que te conviertas en mi cómplice.
—Soy demasiado torpe para correr —dijo haciendo que el contrario soltara una pequeña risa mientras sacaba el contenido de aquella bolsa—. Rodri...
Sin ver lo que el compositor había sacado, Oli colocó su mano sobre la del contrario y fue acercando su rostro lentamente hacia él en busca de sus labios.
—¿Rodri? —Preguntó desde la puerta de aquella habitación.
El mencionado volteó de inmediato, alejándose de Oli, palideciendo al instante por ver a Pascu de pie frente a él.
—¿Lo encontraste? —Preguntó Helena acercándose al actor para luego cambiar su expresión a una de sorpresa por ver a Rodri junto a Oli.
—¿Por qué...? ¿Cómo entraron a mi casa?
—Eso ya no importa —respondió dándose media vuelta—. Lamento interrumpirlos.
—Álvaro, espera —exclamó Rodri mientras salía corriendo de la habitación para perseguir al actor—. ¡Oye! —Lo tomó de una de sus muñecas haciendo que el contrario volteara a verlo—, no es lo que...
—No necesitas darme una explicación —interrumpió soltándose del agarre para luego fijar su vista en la otra mano de Rodri—. ¿De dónde lo sacaste? —Preguntó con sorpresa al ver que Rodri sostenía la cajita con forma de Démeter que tanto había buscado—. ¿Por qué lo tienes?
—Es mío —respondió sujetando con fuerza la cajita—, tú me diste ese anillo.
—Sí, yo lo hice —soltó un largo suspiro y se viró hacia la mesita que estaba en la sala—. Igual esto es tuyo.
—¿Qué es eso?
—Ayer me faltó revisar un cajón y esto es lo que estaba ahí —miró hacia los ojos del contrario—, son todas las cartas que te escribí y por cobarde nunca te mandé.
Rodri no pudo ocultar la sorpresa en su rostro, habían alrededor de cincuenta cartas en aquella mesa y no encontraba palabra alguna para decirle al contrario. Este, por su parte, pasó de largo a Rodri para dirigirse a la salida y retirarse de la casa del compositor, siendo seguido por Helena quien corrió tras de él para tratar de alcanzarlo.
—Rodri... —llamó Oli acercándose a él—, lo siento, yo...
—Deberías irte —respondió en seco.
—Lo siento —dijo bajando la cabeza para dirigirse hacia la puerta.
—Idiota —dijo tras escuchar que la puerta se cerró—. ¡Soy un idiota! —Exclamó al mismo tiempo que aventaba la cajita de Démeter hacia al sofá.
Hasta hace unos instantes estaba dispuesto a corresponder el beso que Oli estaba a punto de darle, pero al ver a Pascu se sintió miserable pues hasta hace poco le había dicho que correspondía a sus sentimientos. Estaba confundido, ya no sabía qué demonios estaba haciendo, solo sabía que la presencia de Pascu y Oli lo estaban volviendo loco.
Fijó su vista en aquellas cartas que Pascu le dejó y, con los ojos al borde del llanto y sintiendo un sabor amargo en la boca, tomó la primera la carta con la cual solo le bastó leer la fecha en la que había sido escrita para que las lágrimas que había retenido empezaran a salir; esa carta fue escrita cuando Pascu abordó aquél avión cinco años atrás.
🐇 Cap. 24

