Jueves


—¡Bienvenida a casa Hell! —Me dice Emily mientras me abraza.

—Cuidado Emi, recuerda que está delicada —le dice Javi entrando a la casa.

—Lo siento, es que ya extrañaba que estuvieras aquí —me dice Emi sonriendo.

—Yo igual extrañaba estar en casa, creo que jamás estuve tan feliz de volver.

—¿Tienes hambre? Preparé chilaquiles, tu comida favorita.

—Emily, eso es un gesto muy lindo. Claro que tengo hambre —le contesto mientras vamos al comedor.

—¿Y el pequeño bilingüe? ¿Cómo está? —Me pregunta Mario acomodando los platos en la mesa.

—Está bien, gracias. Solo que me gustaría saber si es niño o niña.

—Para eso tendrás que esperar, apenas es el primer trimestre y no se puede saber con claridad —me dice Javi.

—No importa, sea lo que sea estoy más que segura que será igual de talentoso como su mamá —dice Emily mientras sirve la comida en los platos.

—De eso no hay duda, pero nosotros, como sus futuros tíos, lo vamos a mal encaminar —me dice Mario sonriendo.

—Me ofendería si no lo hicieran —le respondo sonriendo.

Creo que no me había dado cuenta de lo afortunada que soy al tener a unos amigos como ellos, que han estado conmigo en todo momento sin importar el día o la hora que sea. Más que mis amigos, son mi familia (la única que me queda en realidad) y ahora con la llegada de mi pequeño bebé, no se despegan de mí ni un solo segundo. La verdad, me siento muy débil y me cuesta realizar ciertas acciones como sujetar un simple vaso con agua; mis muñecas las tengo vendadas por los cortes que me hice y al perder mucha sangre casi no puedo mantenerme en pie, pero con ayuda de Javier poco a poco me estoy recuperando. Viendo las cosas ahora, me doy cuenta de que en verdad fui una estúpida al querer quitarme la vida, teniendo a las personas más valiosas e increíbles a mi lado.

Con el paso de los meses, los chicos me han ido cuidando como si yo fuera su única preocupación. Regresé al trabajo, sólo que por mi embarazo ya no me dejan dar recorridos largos, sin embargo el hecho de estar trabajando haciendo lo que me gusta, me hace sentir bien.

En mis ratos libres, le pido a Emily que me enseñe a preparar uno que otro platillo cuando estoy de antojos y Mario se ha encargado de cuidar bien mi motocicleta para que nada le pase. En casa de mis padres, desempolvamos el piano que había en la sala para traerlo a mi casa, de vez en cuando me pongo a tocarlo recordando cuando mi papá me enseñaba una que otra canción y luego yo le enseñaba a mi hermanito. Ha sido muy duro estar sin ellos, sin abrazarlos, oír sus consejos y la voz de mi hermanito cuando cantaba.

Cada semana Javier me acompaña al cementerio para visitar la tumba de mis padres y de Mike, aunque los demás me vean de forma extraña, me pongo a contarles todo lo que me ha ido pasando a lo largo de los días. Estoy segura de que si aún vivieran, mi papá estaría buscando las rutas más seguras y rápidas para ir al hospital al momento del parto, mi mamá estaría al pendiente de mis antojos y del estado del bebé; mi hermanito, en cambio, me ayudaría con la decoración de la habitación de su sobrino y no dejaría de cantarle para sentir sus pequeñas pataditas. Aunque no estén conmigo, sé que cuidarán de mi pequeño como si fueran sus ángeles guardianes.

Antes de que mi pequeño bilingüe nazca, Emily y Mario planearon muy bien las cosas. Hace 3 meses en el trabajo, se celebró el aniversario de la empresa en donde es tradición premiar a ciertos empleados por su esfuerzo y dedicación y entre ellos se encontraba Emi, a quien le otorgaron el premio a la mejor chef gourmet de este año, en ese instante Mario le propuso matrimonio enfrente de todos, y entre lágrimas ella aceptó. Sin que Javier y yo lo supiéramos, estuvieron haciendo todos los preparativos para su boda, ya que querían casarse antes de que yo diera a luz, ¡una boda en tres meses!

—Están completamente locos —me dice Javi mientras caminamos por el parque.

—Lo sé, creo que son los únicos que planean una boda en unos meses.

—Por algo son la pareja perfecta —me dice de forma burlesca.

—Aunque creo que ya era hora, me refiero a que después de tantos años de noviazgo, ya urgía que se casaran.

—Supongo que tienes razón. Y a todo esto, ¿qué pasará con la casa?

—Bueno, es más que obvio que no viviremos juntos los 3 así que, decidí darles la casa de mis padres, creo que son las mejores personas para habitarla.

—Tus padres estarían más que de acuerdo.

—Supongo que sí.

-Cambiando de tema, ya son 8 meses Helena, ¿nerviosa?

—Un poco, pero estoy muy emocionada, ya quiero tener a mi pequeño conmigo.

—¿Segura que no quieres saber qué será? Antes estabas desesperada por saber.

—Lo sé, pero prefiero que sea una sorpresa. Ahora, necesito que me ayudes con algo.

—Claro, dime.

—¿Me ayudas a escoger un vestido para la boda? —Le pregunto con una sonrisa.

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