Sonny
Como un león enjaulado Hange no dejaba de caminar de un lado a otro en espera de que Moblit saliera del baño con el resultado de la prueba de embarazo. Justo como Grisha les había indicado, quince días después de haber transferido el embrión al útero del chico los dos fueron a la farmacia a comprar una prueba casera para comprobar si el método ROPA había tenido resultado.
Los nervios consumían a Hange, por un momento comprendió cómo se sintió su esposo en todas las ocasiones que lo dejó solo mientras se hacía la prueba, la diferencia era que Hange estaba mucho más nerviosa que lo que Moblit pudo llegar a estar.
—1... 2... 3... —empezó a contar en voz baja, respirando profundamente entre cada número para calmar sus ansias.
Moblit no había hecho ningún ruido desde que entró al baño, ni siquiera pudo ser capaz de escuchar si susurraba algo, ocasionando que poco a poco fuera perdiendo los estribos al grado de empezar a comer un par de sus uñas. Ya estaba saboreando el dedo medio cuando escuchó la puerta abrirse, dejando ver al causante de sus angustias.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Tuviste problemas con la prueba? ¿Quieres que te ayude? ¿Ya tienes el resultado?
—Tranquila, una pregunta a la vez —pidió el ojimiel para colocar las manos sobre los hombros de su esposa y llevarla con él hacia el sofá de la sala—. Tengo el resultado.
—¿Y bien? —preguntó tomando asiento a su lado—, ¿funcionó? —Moblit negó con la cabeza antes de entrelazar sus manos—. Pero Grisha dijo...
—Sé que la tasa de éxito es alta, pero no era un hecho que iba a funcionar.
—Lo siento.
—Está bien, sabíamos que esto podía pasar. —Acercó la mano que sujetaba de su esposa a los labios para besar sus nudillos—. Descuida, cumpliré mi promesa, no volveré a intentarlo.
—Moblit...
—Iré a la tienda a comprar algunas cosas que faltan para la cena —dijo al tiempo que se levantaba del sofá.
Hange no pudo decir nada, Moblit salió rápidamente de su casa que solo pido permanecer sentada, con el ánimo decaído por el resultado de la prueba. Por su parte Moblit, al salir de su hogar, recargó la espalda sobre la puerta al tiempo que apretaba los ojos con fuerza en un intento fallido de retener sus lágrimas; había llorado en silencio dentro del baño al ver la única marca en la prueba casera y tener que darle la noticia a su esposa le dolió en el alma, pero tampoco quería darse el lujo de llorar frente a ella, sabía que debía ser fuerte para que su esposa también lo sea, así que guardó su llanto de frustración para sí mismo, aunque en el fondo sabía que Hange sabía lo que hacía.
—Lo siento tanto —comentó Nanaba abrazando a Hange de medio lado—, sé lo mucho que los dos desean tener un hijo.
—Un deseo egoísta al parecer.
Se encontraban en la sala de maestros de la preparatoria donde trabajaban como maestras, Hange impartía las asignaturas de química y biología mientras que Nanaba impartía las de historia. Moblit también trabajaba en esa escuela como maestro de sociales, pero en ese momento, a diferencia de su esposa, se encontraba dando clases.
—¿Cómo está Moblit? —preguntó Nifa, maestra de literatura, dejando en la mesa tres tazas de café antes de tomar asiento junto a ellas.
—Se ve muy tranquilo, pero nunca me ha dejado verlo en mala racha, esta no iba a ser la excepción. —Fijó la vista en el humo que desprendía su bebida—. Tengo que animarlo de alguna forma.
—No creo que alguna de tus ideas lo ayude. —Nanaba tomó un poco de su café—. Uno de los dos siempre termina en el hospital cuando intentas levantar el ánimo.
—Tampoco tenías que decirlo de una forma tan cruel.
—Podemos ayudarte para que no termine en tragedia —comentó Nifa con una sonrisa—, solo dinos qué es lo que tienes en mente.
—No estoy segura, pero algo se me ocurrirá. —De su bolsillo sacó su celular para verificar la hora y así saber cuánto tiempo de descanso le quedaba—. ¡Lo tengo! —exclamó sorprendiendo a sus dos acompañantes—. La próxima semana Moblit y yo cumplimos tres años de casados, puedo hacer algo para nuestro aniversario que le levante el ánimo por completo.
—No es mala idea —opinó la literata—, pensaremos en algo que puedas hacer.
—Y que no envíe a nadie al hospital —comentó Nanaba con ironía—. Confía en nosotras, todo saldrá bien.
—Hasta luego, profesor —se despidieron tres estudiantes.
—Disfruten su fin de semana —respondió Moblit con una sonrisa, siendo el último en salir de aquel aula—. Los quiero mucho, pero...
—Detestas calificar exámenes —completó Levi acercándose a él—. En realidad todos lo hacemos, la diferencia está en que yo no aprecio a esos mocosos.
—Muy en el fondo les tienes cariño.
—¿Qué te hace pensar eso? No te aprecio ni a ti —mencionó haciendo reír al ojimiel—. ¿Te vas temprano o te quedas a calificar?
—Me quedo, no pienso llevarme trabajo a casa. ¿Tú ya te vas?
—Solo voy a terminar de inspeccionar que los salones estén limpios. Suerte con tus...
No pudo terminar su oración debido a que Moblit salió corriendo en dirección al baño, de un momento a otro llegaron a él unas ganas inmensas de vomitar que de no correr hubiese expulsado todo sobre su compañero. Levi lo siguió a prisa para asegurarse de que el más joven estuviera bien, al entrar al baño se encontró con el maletín y el paquete de exámenes del profesor en el suelo; habían algunos alumnos dentro que le indicaron al prefecto el cubículo donde Moblit había entrado, pero no fue necesario preguntar qué había pasado ya que desde afuera se podía escuchar.
Después de algunos minutos, la cadena del inodoro de aquel cubículo se escuchó, mandando al olvido los residuos que su estómago devolvió. Se sentía mareado, la última vez que vomitó fue en año nuevo luego de probar la mezcla de alcohol que Mike le preparó, pero ni siquiera en esa ocasión se sintió tan mal como ahora.
—¿Te encuentras bien? Estoy seguro de que dejaste todo tu estómago ahí.
—Yo también lo creo —respondió el ojimiel para lavarse las manos y enjuagarse la boca en el lavabo del baño—. Eso fue asqueroso.
—¿Qué demonios te pasó?
—No lo sé. —Se limpió la boca con un trozo de papel—. Estos últimos días me he sentido mal, la comida casi no me pasa.
—¿Hange se apoderó de la cocina? —preguntó sacándole una pequeña risa al contrario.
—Estamos comiendo afuera, la semana de exámenes consumió nuestro tiempo, así que empezamos a comer en la calle. Quizá me dio una infección.
—No me sorprendería, tu estómago es más débil que el de ella —dijo entregándole sus pertenencias—. Aunque igual puede que no se trate de una infección.
—¿Qué más sería?
—Un bebé, tal vez.
Moblit permaneció inmóvil un momento, observando con cierta sorpresa a Levi.
—La prueba salió negativa.
—Las pruebas pueden fallar —replicó para cruzarse de brazos—. No te hiciste una prueba sanguínea.
—No la consideré necesaria, además, no tengo ningún síntoma.
—Estás vomitando Berner y a la semana de haberte hecho la prueba casera, ¿no crees que existe una posibilidad?
—No lo sé —se dio la media vuelta, en dirección a la salida—, pero tampoco quisiera crearme una falsa ilusión.
Un silencio incómodo se formó en la sala de su hogar. Hange recibió a su esposo con un ramo de girasoles y un par de globos decorados, pero Moblit no correspondió a su entusiasmo al darse cuenta de que había olvidado su aniversario.
—Esta será una buena anécdota para contar.
—Te lo compensaré, lo prometo —insistió el ojimiel avergonzado.
Nunca había olvidado esa fecha tan especial y al ser esa la primer vez, no pudo evitar sentirse miserable.
—No es necesario, al menos puedo darte el lujo de consentirte esta vez. —Tomó la mano de su esposo y lo llevó consigo hacia el comedor—. Después de una larga semana de exámenes, por fin comeremos en casa.
—¿Cocinaste? —preguntó con una expresión mezclada entre sorpresa y terror.
—Descuida, Nanaba y Nifa me ayudaron. Solo sé cocinar un par de platillos, pero con ellas como guías te aseguro que todo me salió bien.
—Confío en que es así.
Moblit tomó asiento frente a la mesa en lo que Hange iba a la cocina por los platos con comida. El aroma en la casa era exquisito, pero para la nariz de Moblit no era tan grato ya que poco a poco empezó a revolver el contenido que aún retenía en su estómago. La situación empeoró cuando Hange dejó los platos con lasaña sobre la mesa, debía admitir que se veía delicioso, pero el aroma era tan insoportable para él que las náuseas no tardaron en regresar con fuerza.
—Estás pálido —comentó Hange para llevar una mano hacia la frente de Moblit—, ¿te sientes bien?
—Sí, solo...
La sensación tan asquerosa que horas antes sintió en la escuela, se hizo nuevamente presente en su garganta impidiéndole seguir hablando. Con dificultad se levantó de su asiento y, sintiendo por última vez el aroma de la comida en su nariz, corrió con todas sus fuerzas hacia el baño para vomitar; Hange intentó entrar, pero él se lo impidió con la excusa de que no quería que su esposa lo viera en esa situación.
—Te voy a llevar a urgencias.
—No es necesario —respondió teniendo las manos aferradas a la taza del baño—, se me pasará pronto.
—¿Cuál es tu pronto? No has comido bien esta semana porque te has sentido mal y ahora vomitas.
—Es solo una infección.
—Con mayor razón debemos ir, no tenemos el medicamento para combatirlo.
—Hange, estoy bien, no te preocu... —el vómito impidió que pudiera terminar su oración.
—Eso no es una simple infección.
—Levi dijo lo mismo.
—¿Levi? —preguntó sorprendida.
—Vomité en la escuela, él estaba ahí. —Tomó un poco de papel para limpiarse la boca—. Algo comimos en la calle que me dejó así, te lo aseguro.
Hange permaneció en silencio con el ceño fruncido, algo le decía que Moblit no estaba bien y aunque se negara estaba dispuesta a llevarlo a la fuerza al hospital. Con esos pensamientos en la cabeza, su celular sonó con el tono característico de un mensaje y al ver el remitente no pudo evitar sentir un escalofrío recorrerle el cuerpo.
Leyó en voz baja las tres palabras que Levi le había enviado, tardó un poco en entender el motivo del mensaje, pero escuchar nuevamente a su esposo vomitar le hizo ver que tal vez, solo tal vez, podría haber una posibilidad.
—¿Nifa? —preguntó esperando que la pelirroja le respondiera desde la otra línea.
—No puedo creerlo —comentó la joven poniendo en altavoz la llamada—, Nanaba dijo que llamarías en menos de dos horas y tuvo razón.
—¿Están yendo al hospital? —preguntó la rubia de forma burlesca.
—Aún no —respondió Hange mientras se alejaba del baño, asegurándose de que su esposo no escuchara nada—. Escuchen, necesito un favor, pero tienen que ser discretas, nadie puede enterarse.
—¿Qué sucede? —preguntaron ambas al mismo tiempo.
—Necesito que me consigan una prueba de embarazo.