Aflicción
Sentado
en la orilla de la cama, manteniendo la cabeza hacia abajo cuya nuca era
cubierta por sus manos entrelazadas, esperaba ansioso que su ahora esposa
dijera algo o que simplemente se marchara de la habitación. Merecía su
desprecio, merecía ese silencio.
Carolina,
quien había permanecido de pie frente a él, respiró profundamente antes de
acercarse a la cama y sentarse a lado del mayor. Dudó un poco, pero al final
colocó una de sus manos sobre el hombro ajeno y lo apretó suavemente a modo de
consuelo.
—Está
bien —dijo tranquilamente—, esto puede esperar.
Se
reincorporó irguiéndose lentamente para girar la cabeza hacia su derecha y
poder ver a su mujer a los ojos.
—¿Estás
segura?
—No
tengo ningún problema.
—Pero
deberías, es nuestra noche de bodas.
—Esa
no es razón para iniciar una discusión. Está bien si no es hoy —acarició el
cabello cobrizo de su esposo para luego posar la mano sobre su mejilla—, ya en
otro momento tú y yo podremos hacer el amor.
Ella
juntó sus frentes y él optó por abrazarla. Minutos antes los dos habían entrado
a aquella habitación con la intención de consumar su matrimonio, pero fue
Christian quien se detuvo al sentir las delicadas manos de su esposa acariciar
su pecho semidesnudo. No podía acostarse con ella porque su cuerpo solamente
quería sentir las caricias del que fue su amante; no podía acostarse con ella
porque no estaba dispuesto a que se le entregara completamente cuando no
correspondía a sus sentimientos; no podía acostarse con ella porque el
remordimiento de haberse casado sin amarla lo atosigaba y no era capaz de
aprovecharse de esa situación.
—Perdóname.
—No
tengo nada que perdonar —respondió antes de deshacer el abrazo y ver a su
esposo a los ojos—. Venga, cambia esa cara, todo está bien.
Christian
asintió tomando una de las manos de su esposa para depositar un beso sobre
ella.
—¿Te
ayudo con tu vestido?
—Descuida,
puedo quitármelo yo sola. Tú ve al baño y haz lo mismo con tu traje.
—Dormiré
en el sofá.
—La
cama es grande. Que no me hayas tocado no quiere decir que no podamos compartir
el mismo colchón, eres mi esposo después de todo. —Con una media sonrisa se
acercó a la mejilla de Christian para besarla lentamente—. Te amo.
Él no respondió, tan solo la abrazó y depositó un beso sobre su frente en un intento desesperado de pedirle perdón.
Encendió
el cigarro que había colocado en su boca para inmediatamente dejar salir una
voluta de humo del mismo. Llevó la cabeza hacia atrás hasta que esta topó con
la pared donde se encontraba recargando la espalda, manteniendo la vista fija
en el cielo mientras buscaba las palabras adecuadas para decirle al amigo que
tenía a su lado.
—Eres
un idiota, Víctor.
—Creí
que dirías algo más interesante —replicó cruzándose de brazos.
—No
se me ocurre otra palabra para englobar lo que hiciste. —Aspiró la nicotina de
su cigarro—. ¿Cómo está tu consciencia después de esto?
—¿Debo
sentirme miserable?
—Si
yo hubiese obligado a mi pareja a casarse con alguien más engañando de forma
cruel a ese tercero, no estaría tan tranquilo.
—No
tuve elección.
—No
puedo opinar al respecto, a menos que por fin me cuentes lo que pasó.
Alberto
le extendió su cajetilla de cigarros, Víctor dudó unos segundos antes de tomar
uno de ellos junto con el encendedor. La apariencia de un hombre reservado y
sin vicios de aquel joven de ojos color miel era solo una máscara que ocultaba
su verdadero ser, siendo Alberto una de las tres personas que conocían esa
parte de él; aspiró la nicotina de su cigarro al tiempo que Alberto encendía el
segundo para sí mismo, ambos dejando salir el humo de sus bocas para ver con
atención como se desvanecían en el aire.
—Nunca
fuimos pareja. Jamás hubo una propuesta o algo así, ni siquiera encajamos en la
categoría de “casi algo”.
—¿Amigos
con derecho?
—El
juguete del otro —respondió antes de llevar su cigarro a la boca—. Solo nos
veíamos para satisfacer nuestros deseos sexuales.
—Uno
más a tu lista de amantes —comentó de forma burlesca, pasando su lengua sobre
la perforación labret que tenía en el lateral izquierdo de su labio inferior.
Víctor
apagó la colilla de su cigarro para tomar uno nuevo de la cajetilla y
encenderlo, aspirando la nicotina del mismo antes de continuar hablando.
—Él
quería algo más, algo que yo no le podía dar.
—¿Una
relación estable? —preguntó a lo que Víctor asintió—. Siempre pones límites con
tus amantes.
—Christian
no fue la excepción. Cuando me dijo que quería tener una relación, le hice ver
que no sería posible, desde un principio le dije que sería algo pasajero, pero
él creyó que podría cambiar eso.
—¿Lo
rechazaste y lo obligaste a comprometerse?
—No,
imbécil —respondió exhalando el humo de su cigarro sobre la cara de Alberto—,
esto pasó mucho antes. Christian tuvo la oportunidad de parar todo, pero
decidió prolongar nuestra relación prohibida —dijo haciendo la señal de
comillas con sus dedos al pronunciar las últimas dos palabras—. Nuestros
encuentros continuaron, pero sus intenciones cambiaron y en más de una ocasión
me pidió decirle que lo amaba.
—¿Y
lo hiciste?
—Solo
fueron un montón de palabras vacías y él lo sabía, jamás le correspondí como él
quería y jamás iba a hacerlo, pero se aferró a una falsa esperanza y eso empezó
a hartarme.
Alberto
se cruzó de brazos acomodándose de espaldas sobre la pared.
—Si
encontrabas a alguien más, te podrías deshacer de él. Es un plan recurrente
—sus ojos azules se posaron en los de Víctor—, pero no recuerdo haberte visto
con otro amante.
—No
lo tuve, la persona que encontré estaba enamorada de él. —Apagó la colilla de
su cigarro—. Una vieja amiga de Christian, no tardé en darme cuenta de sus
sentimientos hacia él, solo tenía que darle ese empujón para que los dos
tuvieran un final juntos.
—Pero
Christian estaba enamorado de ti, ¿cómo lo convenciste?
—Manipulación
y no fue fácil. Poco a poco lo orillé a tener citas con ella y nuestros
encuentros fueron menos recurrentes; aunque ya tenía a alguien, sus
sentimientos por mí seguían presentes, así que un noviazgo no sería suficiente.
—Pero
un matrimonio sí.
—Algo
más serio que a fuerza lo obligaría a alejarse de mí. —Soltó una pequeña risa—.
Me ofrecí a ser su padrino y su despedida de soltero con tal de que le diera el
anillo.
Ambos
permanecieron en silencio por un momento, dejando que la brisa que se paseaba
por aquella azotea los envolviera.
—¿Valió
la pena obtener tu libertad a cambio de un daño ajeno? —Preguntó Alberto al
tiempo que dos mechones de su cabello azabache caían adornando su rostro.
—No
le hice daño a nadie.
—Claro
que sí, a Carolina.
—Le
hice un favor. De no ser por mí, ella no se hubiera casado con el amor de su
vida.
—Pero
Christian no la ama.
—Aprenderá
a hacerlo, después de todo, pudo enamorarse de una escoria como yo.
La
risa de Alberto se comenzó a escuchar desconcertando a su amigo quien no hizo
más que mirarlo con el ceño fruncido en espera de que se dejara de reír.
—A
ver, escoria, ¿por qué razón crees que se enamoró de ti? —preguntó secándose
las lágrimas de los ojos.
—Le
gustaba follar conmigo.
—Ve
más allá de tu círculo sexual —dijo golpeando con el dedo la frente del más
bajo—. ¿Christian conoció tu verdadero ser?
—Solo
una parte.
—¿Y
su comportamiento cambio antes o después?
—¿A
dónde quieres llegar con esto?
—Ustedes
dos se complementaban en muchos aspectos.
—¿Christian
y yo? —preguntó con incredulidad—. ¿Insinúas que se enamoró de mí por esa
razón?
—Christian
y tú compartían demasiadas cosas.
—Eso
no significa nada, tú y yo compartimos muchas cosas y no estamos enamorados.
—A
diferencia mía, Christian podría ser tu alma gemela.
El
semblante de Víctor cambió a uno más serio.
—No
existen, Alberto —respondió algo irritado—, solo hay personas con gustos
similares.
—Antes
no pensabas así.
—Antes
era un idiota.
—Aún
lo eres.
Víctor
soltó un largo suspiro antes de hablar.
—Lo
más cercano que he tenido a un alma gemela ha sido Vianny y nuestra relación no
funcionó.
—Hay
almas gemelas que no terminan juntos y ese puede ser el caso de ambos.
—Entonces
Christian queda descartado del esquema.
—Eres
más compatible con él que con Vianny. Puedes congeniar con varias personas,
pero solo una te va a complementar.
—Ya
no quiero hablar de eso —finalizó para separarse un poco de la pared—. Esta
conversación se fue por las ramas, querías saber la historia y ahora lo sabes.
Dejémoslo ahí.
—Aún
sostengo que eres un idiota. Por fin tenías a alguien a tu lado que era lo más
cercano a un novio real.
—No
quiero un novio y tampoco quiero una novia —reclamó girando el cuerpo para
encarar a Alberto—, no quiero tener relación alguna que me ate completamente a
una persona.
—¿Y
no vas a extrañar a Christian? Porque a diferencia de tus anteriores amantes,
él parece haber dejado una marca en ti.
—Christian
ya es historia, nuestra aventura terminó y ahora él formará una familia.
—¿Y
qué hay de ti?
—Mi
libertad me espera.
—¿Y
si te vuelve a buscar?
—¿Lo
crees capaz de hacerlo?
—Tú
dejaste una marca mucho más grande en él.
—Entonces
le diré el cuento de hadas que me contaste hace unos minutos: somos almas
gemelas que no están destinadas a estar juntas.
Se
dio la media vuelta para comenzar a caminar, alejándose de Alberto.
—Aún
tienes miedo, ¿cierto? —preguntó consiguiendo que Víctor detuviera su andar.
—¿Miedo
a qué? —cuestionó permaneciendo de espaldas a él.
—A
que la historia se repita.
Víctor
no respondió, pero su silencio bastó para que Alberto supiera que tenía razón;
dejó que se marchara sin hacerle más preguntas, ya había obtenido la información
que quería, incluso un poco más. Tomó un nuevo cigarro de su cajetilla, lo
encendió y mientras inhalaba la nicotina sacó su celular del bolsillo de su
pantalón, tardando unos segundos en encontrar entre sus contactos el número de
la persona a quien sabía que debía llamar.
Dejó
salir el humo de su boca al tiempo que en la otra línea le respondían la
llamada con un «hola».
—Tenías
razón.
Fue
lo único que dijo mientras observaba el cigarro encendido que sostenía en su
mano.
🥀 Próximamente.

